domingo, 16 de agosto de 2009

Yo tampoco quiero vecinos gringos


Sé que Hugo Chávez por estos días anda bien irritable. Y que lo pone ansioso el hecho de que su aliado ecuatoriano le copie tan mal, incluso en el campo de las evidencias. Pero jamás había estado tan de acuerdo con él, aunque fuera en una más de sus intromisiones en el gobierno ajeno.

¿Por qué le inquieta tanto a Chávez la instauración de nuevas bases militares estadounidenses si ya existen tres, en Caquetá y en el Meta? Por qué, si la ayuda gringa no es nueva en el país vecino.

“Ya nadie sabe cuantas bases son, dos, tres o cuatro… estamos amenazados por el imperio Yankee. Es una amenaza para Venezuela y para toda América Latina, quieren convertir a Colombia en el Israel latino”, manifestó el mandatario venezolano, quien cesó sus relaciones diplomáticas con el gobierno Uribe por la polémica determinación militar, que se instauró hace días, con una gira relámpago que contó con el rechazo de Argentina y Bolivia, y la total aprobación del gobierno peruano.

Si dichas bases militares se contemplaban como un refuerzo de la intervención americana que inició en administraciones pasadas, por qué en el itinerario del presidente Álvaro Uribe no estaba anunciada esa gira internacional de excusas previas a la cumbre de Unasur en Ecuador, a donde no asistiría. ¿Qué tienen de especial esas bases gringas, para ser excusadas internacionalmente, de las que ya están instauradas en nuestro territorio?

Hasta ahora las fuerzas militares colombianas y el Ministerio de Defensa, sin ninguna ayuda externa, habían logrado golpes exitosos, como lo prueba la ingeniosa operación Fénix, donde no hubo participación gringa. ¿Qué acaso no nos basta nuestro ingenio, bastante vanagloriado por esos días y en operaciones como Jaque?

¿Qué diferencia puede marcar la llegada de nuevos soldados gringos y un mayor entrenamiento bélico? Solamente el aval norteamericano a la política de Seguridad Democrática, la que mal asocia su fin con la llegada de un presidente distinto a su creador. Por eso se protege tanto su permanencia en el poder.

Las querellas de Chávez son lícitas en cierto sentido. No encuentro diferencia entre la ayuda militar rusa que recibe la fuerza armada de su país, que por cierto se infiltró en las filas de las Farc, de la intromisión gringa que inició con el Plan Colombia y el Plan Patriota ¿Qué tienen de especial esas bases que Hugo Chávez se siente intimidado?

“Uribe miente, es un mentiroso compulsivo. El gobierno colombiano no podrá aplicar sus leyes ante los Yankees. Un militar colombiano no podrá dominar a un soldado americano. Esto es una amenaza para la paz de Sur América. Están creando las bases para hacer un ataque en Venezuela”, reitera Chávez y con mucha razón.

El discurso terrorista que Estados Unidos está imponiendo a escala global, le ha permitido desde los ataques del 9/11 la incursión legal en cualquier territorio del que se sientan amenazados, con algo similar a la legítima defensa que Colombia utilizó en el ataque a la base de Angostura.

Si miramos atrás, el gobierno Bush se sintió intimidado por la amenaza terrorista y las armas de destrucción masiva que supuestamente guardaba el gobierno Irakí. Su intromisión no sólo terminó con la muerte de Sadam Hussein, sino en el cambio de régimen de un país que nunca tuvo tales armas, y cuyas reservas petroleras evidentemente conformaban el verdadero meollo del asunto. Algo similar ocurrió en Afganistan.

“Aquí en Venezuela tenemos la reserva de petróleo más grande del planeta. Ésta es la razón de más peso de que Estados Unidos quiera poner aquí sus bases. El petróleo venezolano”. Estoy de acuerdo con Chávez. Colombia le está cediendo espacio poco a poco a una jurisdicción que no vacilará en actuar en tanto se vea amenazada por el terrorismo. Y no por fortalecimiento militar, pues dicha fuerza demostró en el pasado año una efectividad ególatra que fue reconocida por el pueblo colombiano y agradecida por las víctimas del conflicto.

Ningún almuerzo es gratis. Ojalá y no llueva tan duro.

martes, 11 de agosto de 2009

El amor se riega en el Parque de las Flores


Hace días fui por un jugo de mora al Parque de las Flores, el que queda en la avenida Venezuela a la altura del CitiBank.

Imaginé que así debe oler el cielo. Hay aproximadamente 47 módulos en los que se venden distintas especies de flores, aquellas delicadas partes reproductivas de las plantas espermatofitas o fanerógamas.

Admito que poco me gustan. Sí, son bellas y fragantes, pero el centro del girasol parece un estropajo y me recuerda no sé por qué, ese rapé mariposa con el cual tengo serios traumas, y los cartuchos, tan raros y duros, que me cuesta entender por qué son tan apetecidos por las suegras y solteronas en los protocolos nupciales. Y no me refiero al blanco de su hoja.

Sin embargo siempre me agradaron los tulipanes. Quizá porque nunca he sentido el olor que se desvanece lentamente tras su muerte, como si Dios los hubiese puesto para recordarnos lo efímero de la belleza y de nuestra vida misma. Por eso no disfruto de sus pétalos frágiles, desprendidos uno a uno por enamorados y despechados, o bien, marchitos en los adioses de las coronas fúnebres.

Al pagar el jugo caminé por ese espacio, no tan grande, que comparten sujetos que expiden actas y extrajuicios con sus máquinas de escribir. Vendedores de minutos, de jugos, de tintos, de celulares, todos bajo la sombra del gran árbol de bonga que protege a sus frágiles compañeras.

“Ellos no tienen porqué estar aquí, están informalmente. Los de las máquinas y otros están dentro del parque pero no pertenecen a la corporación”, me comentó Alfonso Reyes, presidente de la Corporación de Vendedores de Flores –Corvepaflor- mientras terminaba su almuerzo.

Según Reyes, el parque fue organizado en 1983 por varios comerciantes que se dedicaban a la venta exclusiva de flores. Francisco Julián Lopera es uno de ellos. Su floristería Isis es de gran tradición en el sector.

“El 30 de agosto, hace cinco años, pasamos a ser vendedores formales con la remodelación del parque que tiene 47 módulos, entre los que entraron hace pocos años, 10 ventas de jugos y de discos”, asegura Lopera. Y seguí mi recorrido por el tramo central del parque.

Ahí estaban las margaritas, los lirios, violetas, jazmines, pompones y claveles, cada una con un colorido especial, esperando ser compradas. Se pueden conseguir flores de quinientos pesos -un girasol-, hasta los arreglos más elaborados que pueden costar 20 mil pesos, dependiendo de su complejidad.

“A nosotros nos gusta ayudar a la gente, cobramos barato”, decía Marlene Martínez, de la floristería Marle. “Compran mucho para matrimonios, primeras comuniones, arreglos, centros de mesa y decoraciones”, y por un infortunio rutinario, flores para despedir a un ser querido. Algunas de ellas mueren sin ser compradas, por eso también las venden sintéticas.

Marlene arreglaba unas rosas. Las regaba y cercenaba sus porciones marchitas. Una señora preguntaba por claveles que la “seño” de su hijo le mandó a comprar. La morena se decidió por las rosas. Aquellas rojas me traían un recuerdo.

Lavaba los platos a eso de las seis. Cumplía meses con él. Por tanto esperaba algo especial. A mí me dieron rosas. Un ramo de unas doce envuelto en un papel tornasolado y la sonrisa de él esperando mi rostro sorprendido. Lo más que pude hacer fue regalarle un beso y unas gracias de cartón.

Mi madre cuidó de ellas. Las metió en un jarrón con agua. Debió ser de esa que se trae de la Iglesia pues aquellas rosas vivieron hasta estos días, cuando por vainas del partido liberal -como dice mi papá-, sacudía ese libro empolvado que entre sus páginas conservaba la fragancia tenue de la flor que un día creció, y tiñó de carmín las hojas que se la llevaron e hicieron de ella un fósil perfecto.

Pareciese que esa rosa me esperaba todos estos años. Cuando tomé su tallo inerte, toda la gracia se desplomó. Las flores viven de amor. Ella percibió el sinsentido de su prolongación en esas hojas, que ya no eran más el recuerdo de un viejo amante. Y al sentir esa soledad, ese olvido por el otro, no tuvo más remedio que echarse a la muerte, ahora sí para siempre.

Por eso me resisto tanto a ellas. A ese encanto que desaparece tan rápido como el amor. La próxima vez que reciba una flor, ojalá obtenida de ese parque fragante, espero que sí sea para siempre.