lunes, 11 de mayo de 2009

A winston


Nuestra peye actualidad le apuesta a que uno no termine trabajando en lo que le guste, ni estudiando lo que le plazca. Mi hermana, preséntese en la Universidad de Cartagena, no hay pa’mas. La cartera limita este deseo hedonista. Más gracias doy pues a pesar de sus fallas escogí lo que me gusta, el periodismo y las letras, y asisto a un taller maravilloso sobre cine que me capta con intensidad cada tarde de miércoles.

Del taller no tengo quejas. Quizás la única es que no tiene la extensión que se merece. El cine no se puede apreciar en un semestre, hay tantos filmes bellos por explorar que se excluirían en esas dos horas semanales. Hasta ahora hemos palpado el gusto exquisito de Winston y su afición por el cine italiano. Sería rico explorar otros filmes, más allá de los que se ven en TV cable o en cartelera, claro que esto exigiría la apertura de un nuevo cine club, la posibilidad insaciable de matricular el mismo curso cada semestre, o un mayor compromiso de parte de los asistentes, de prolongar el taller a nuestras casas.

En esas tardes conocí la belleza de Cinema Paradiso, y el aroma cómico y costumbrista de una vieja Italia que hoy huele a rancio, o a la impactante historia de Oldboy que me predispone con esas culturas orientales, de las que emerge tanta violencia visual.

Es que el cine tiene un gran poder psicológico. Es capaz de conmover y generar prejuicios. A cuantos les parece agresivo escuchar el idioma alemán? A mí por lo menos. Y no tiene razón lógica mi prejuicio si el mayor contacto que he tenido con esa cultura ha sido cinematográfico. Con esa imagen de un niño que se sumerge en una letrina llena de mierda para que no lo encuentren los nazis en la Lista de Schindler, y todas las cintas que he visto del holocausto, creo que se ha creado cierta predisposición. Igual que cuando muchos sienten temor por los árabes, o cuando se disfruta de la violencia a la que nos han acostumbrado visualmente. El cine muestra y configura la realidad.

La semana pasada vi un cadáver. Estaba decapitado en la avenida Pedro de Heredia, en medio de sus vísceras y su charco de sangre. No sentí nada extraño. La vida es nada, me dije. Y seguí en mi taxi, con mis compañeras que se morían por tomarle una foto al muerto, en medio de una multitud que corría para ver el espectáculo, para saciar su morbo, sin una sola lágrima. Es eso normal? Nos hemos acostumbrado a celebrar la muerte como espectáculo diario y a rodar fotos y videos de masacres y accidentes como el café de la mañana.

¿Los medios audiovisuales nos han amaestrado para eso? Tan jodido está el mundo.

Las heces de la internet

Admito que a veces me creo escribidora. Esa que guarda su alma en un monitor LCD y la salva en un Blog o en una nota de Facebook. Qué patético es esto, pero ahora todo el mundo vende la suya por la Internet con eso de la libertad de expresión y la publicidad engañosa de los planes de banda ancha. De hecho hay días que ni recuerdo cómo se toma un bolígrafo ¿Qué verguenza no? Lo bonito es que la tecnología ha creado nuevos escribidores.

Como aquellos seudo-mudos que se hablan por mensajes de texto, o estos lisiados que regalan desde su almohada una flor, una felicitación, un abrazo, un beso apasionado o la utopía de una cerveza virtual: gratuita, ilimitada, light y sin efectos de guayabo.
También los hay Post-modernos, de esos eclécticos y visionarios que han reinventado en sus posts un nuevo lenguaje literario tan puerco como una letrina. Shop chero muxo a mis amigisss. ¿Quién quiere traducirlo?

Las editoriales están quebrando. Con todo y sus libros digitales, Gabo y Borges resultan más aburridos que leer a estos nuevos especímenes. Si usted está leyendo esto es porque tiene un aparato en casa que lo obliga a escribir, al menos hasta el día en que el Guindows funcione por impulsos nerviosos. Aunque usted no lo crea, sin pretender ser poeta, hasta en la conversación más trivial del Msn usted guarda un pedacito de su ser. Por eso le recomiendo, si es usted del tipo postmoderno, que se quiera mucho y que trate de escribir como una persona normal.

Porque escribir es precisamente eso. Es la manifestación del espíritu en las palabras, es su personalidad, es usted en sus letras. No le digo ahora que escriba el gran libro, solo deje la flojera y la pendejada y quítese el maquillaje de escribidor -mal escritor- por el bien de la humanidad. La escritura es el nuevo lenguaje de esta era, es la lengua tribal de la Internet. Tantas heces se encuentra uno escritas en papel higiénico, ya comenzé a evitarlas.

La centinela de enfrente

Ayer mi vecina salió enmascarada con su vestido carmesí. No sé su nombre. La señora lleva un par de meses viviendo en esa casa que parece estar rezada y que divierte a sobremanera a Doña Miriam, que tantas veces barre su puerta así el sol más fuerte calcine las hojas de mi palo de mango, esperando que la terraza del frente se engalane con los nuevos inquilinos.
No es que esté pendiente de la vida de mis vecinos, pero Miriam solía postrarse en su ventana a contemplar mientras comíamos, cuando había visita, cuando no.

La vecina nueva llevaba la misma máscara que aquellos transeúntes esta tarde en el centro amurallado, temerosos de la Gripe Porcina. “Dios nos ha mandado un nuevo arca”, decía el Padre Omar en su prédica dominical sobre esta pandemia inminente que se presume ha exterminado en México a 150 personas.

En Colombia sospechan doce casos. Dos de ellos en Cartagena. Mi madre me advirtió ayer que tuviera cuidado con esos gringos que visitaban el almacén. “Debes evitar una mala hora”, mas el teléfono timbró después de que un par de californianos comprara medio millón de pesos en una ropa made in Colombia que de colombiana solo tiene la etiqueta.

Miriam debió estrenar máscara hoy. Dicen que nunca es feliz con lo que tiene. La anterior inquilina de la casa de al lado, La Mona, vio cuando el hijo de Miriam intentaba estropear sus neumáticos por haberse parqueado en el espacio que ocupa su carro invisible. Bueno, eso me dijo ella entre el humo de su cigarrillo nocturno. Los paisas tampoco duraron más de un año en esa casa. Los hombres llegaron con un cardumen motorizado en esos tiempos en que el fleteo y la Mototaxi eran la novedad. Uno de ellos fue muerto el año pasado.

Los animales están en rebelión. Primero las aves, ahora los cerdos que tanto aromatizan los pasteles y las calles achicharronadas. El virus de la Influenza Porcina resulta alarmante por su fácil propagación y su cuota de mortalidad. Quizá nunca entendimos el mensaje de esa última mirada compasiva en el matadero.

Mi madre regresó en la noche con cuatro tapabocas. Algo tienen en común ella, Miriam y la nueva vecina. Y es el miedo a una muerte anunciada. A que si quiera las toque una gota del diluvio universal de esa Influenza que ataca por azar. La vecina ya comenzó a cuidarse de los porcinos y de la escoba envidiosa de la centinela de enfrente.