jueves, 3 de junio de 2010

Apuesto por la prensa escrita


A veces desisto. Me volvió a pasar el domingo cuando el discurso de un Santos glorioso y la sordidez de un pueblo fanático, indiferente, acabaron con lo poco que me quedaba de hambre. Tragué a medias desde que agradeció a su tocayo Rendón y le reiteró su triunfo al magnánimo, no Uribe, sino a un Dios que alejó de las urnas a muchos que meditaron el gobierno de un loco que irrespetó el sacramento matrimonial desde un circo, que pagaría poco a quienes debieran curar desinteresadamente, y que prometió subir los impuestos sin restringir la honestidad de sus pantalones caídos.


Qué fácil le quedó a J.J., pensé, mientras recordaba este último mes una serie de rumores sobre otros candidatos, que se camuflaron entre los debates en horario triple A tan fulminantes en la decisión de voto de la mínima porción de colombianos que lo ejercimos. Pero ganó en primera vuelta Santos con el respaldo de ciertos amigos cercanos y me dije, coño, de qué vale haber estudiado; de qué vale estar informados si acaso lo estamos entre planetas, prisas, terceros canales, censuras y artimañas de la maquinaria parapolítica. Y por un rato traté de ponerme en los calzones de quienes le respaldaron para saber por qué diablos votaron por él; por Uribe? por haber liberado a Ingrid? o por los más de tres mil pobres que erradicó su gestión en Soacha y en otras tierras hostiles, sin mencionar otras perlas. Y así, cambiando de canal, llegó mi respuesta.

La gente en este país le cree más a ese aparato, a lo que dice y a lo que deja de decir. A ese monopolio que le están subastando nuevamente a quien más aporte en verdes. Al televisor infaltable de cada hogar colombiano, aparato que transmite gratis sin discriminación geográfica por lo menos un canal regional y uno privado. Televisión democrática de pocas franjas informativas y demasiadas soup operas, si se atiende a los problemas de transmisión que supone el servicio abierto y la escasez de ofertas atractivas para un público que exige cada vez más contenidos de entretenimiento, como una posible nueva temporada del reality congresista con la gente del PIN. Televisión que silencia con el cierre de medios como Cambio, pero al fin y al cabo nuestra televisión estatal.


Y paso nuevamente de canal mientras Juan Manuel sonríe glorioso con su cuero tieso del botox a una multitud enardecida. Ignorancia o corrupción, se me ocurre. Ante este analfabetismo mediático, este apego a lo audiovisual, y esa sumisión especial a la televisión que te despierta con la voz de Jota Mario y te acompaña hasta el vilo con concursos de media noche, he pensado seriamente que lo único que nos hace falta, entre toda nuestra indiferencia, es leer un poco más allá de las tablas de calorías y horóscopos. Lectura de la cual desisto en días como ese, donde una mala propaganda basta para convencer.


Para qué escribir si a nuestro intelecto lo supera un televisor. Quizá siga creyendo en el poder de los buenos textos. En la pluralidad, credibilidad, en la independencia y en la movilización social que puede contener una sola columna o un buen reportaje. En el placer que me causa creer que, por lo menos, no estoy tragando entero en el almuerzo con el guiño de Vicky, porque hay otras personas esperando entre páginas que me han guiñado, sino con la verdad, con evidencias. Porque yo decido qué leer, por independencia y seriedad, y porque aún tengo esperanzas en quienes sólo discuten con argumentos de RCN, por eso le apuesto a la prensa escrita.