Hace días asistí a uno de esos seminarios en los que intelectuales tratan de arreglar, en pocas horas, un mundo al que no pertenecen, entre sus cocteles y cenas rutinarias.
Era el seminario Malraux, en el Centro de Formación de la Cooperación Española en Cartagena, que intentaba hacer un diagnóstico y proponer soluciones para el sector cultural hoy, que entre otras cosas, puede ser la clave para desarrollar aquellos países que no lo están, según sus premisas románticas.
Y les creo. Aunque si el primer día sólo iba por cuestiones de mercadeo, para el segundo me quedó claro que lo único importante y sustancioso, en ese encuentro de pensadores, era el refrigerio de las once y cuarto.
Y no es que el desarrollo en esta vía sea imposible, pero no concibo cómo se exponen a la palestra decenas de ilustrados para hablar sobre un concepto del que, ni ellos mismos, tienen consenso: la cultura.
Resultaba más amena una conversación en el Congreso de la República o la repetición del festival anodino de Unasur. Por lo menos me reí con el libro blanco de la CIA. Pero no. Ahí estaba con mis audífonos traductores, escuchando que la cultura debía venderse, que el futuro era la industria, la internet, y un sinfín de tópicos que ignoraban, como cualquier modelo copiado de la experiencia gringa o europea, a los verdaderos gestores de la misma: los pueblos.
Con decir que después de haber estudiado sujetos claves para el sector en el que trabajo, me encuentro que "A mí me invitaron a esto sabiendo que mi fundación no tiene nada que ver con cultura. Yo se los dije", y sin embargo la carta de presentación de la representante de la organización brazilera Ethos decía otra cosa.
Más Ana Leticia por lo menos fue amable y atendió nuestras inquietudes; pero el máximo ente de cultura, que se puede entender como educación o conocimiento -entre algunas de sus acepciones-,Paula Marcela Moreno Zapata, la Ministra de Cultura colombiana de elegante traje impecable, fue la fiel muestra de que no podemos entrar a proponer soluciones para la cultura si aún no hemos superado los conflictos internos que reflejan nuestra mala educación.
Algo así como hablar en un recinto sobre paz en el conflicto, después de una intensa jornada en el hogar de maltrato a la mujer, al mejor estilo del tío Joaco.
Ese día evidencié la incultura de la Ministra, que estando sola, no quiso estrechar mi mano ni escuchar mi nombre, quizá porque no tenía canas, un traje de dos mil dólares, un Blackberry, o un curso evidente de francés. Paula sólo se dio la vuelta con elegancia y caminó tras unas señoras, que a juzgar por sus trajes, estarían a su nivel.
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Recuerden que con la misma actidud pueril de la Ministra, les tratarán algunos políticos por los que vayan a votar en las consultas del 27 de septiembre, si es que llegan a quedar sus listas. El respeto hacia ustedes sólo quedará hasta las urnas, así que en el mejor de los casos, tenga dignidad y vote a conciencia o hágase compadre de alguno de ellos.